'El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich': el 'Führer' superyonqui, por LAURA G. TORRES.
Foto de archivo de Adolf Hitler saludando a las tropas alemanas durante un desfile militar. |
- El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich desvela la relación de nazismo y drogas.
- RTVE.es entrevista a Norman Ohler, el autor de un libro ya bestseller en Alemania.
- Hitler estuvo enganchado al Eukodal, un opioide parecido a la heroína, y a la cocaína.
- Los Ejércitos de la Wehrmacht combatieron bajo los efectos de la metanfetamina.
Pero no solo él se dopaba dentro del sistema supuestamente puro y antidrogas del III Reich Nacionalsocialista, también los Ejércitos de la Wehrmacht combatieron bajo los efectos de la metanfetamina en
muchas de sus grandes batallas, incluida la conquista de Francia, para
la que se distribuyeron 35 millones de pastillas de pervitina
(metanfetamina) entre las tropas de los tanques que avanzaron a
velocidad vertiginosa por las Ardenas durante tres días y tres noches
sin dormir.
Estas son, sucintamente, las sorprendentes conclusiones del trabajo de cinco años de investigación en los archivos militares alemanes y estadounidenses del escritor y periodista alemán Norman Ohler, recogidos en el libro El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich (Crítica, 330 páginas, 21,90€), que se publica ahora en España y otros 19 países después de haberse convertido en un 'bestseller' en Alemania,
donde se publicó en 2015, y haber recibido los halagos de los
historiadores máximas eminencias en Segunda Guerra Mundial como el
británico Anthony Beevor o el alemán Hans Mommsen, colaborador en el libro.
Pero, ¿por qué hasta ahora nadie había investigado en profundidad
este aspecto en una época histórica de la que se han escrito miles y
miles de libros y han corrido ríos de tinta? "No estaba de moda en el mundo de la investigación histórica el
enfocarse en algo tan personal como puede ser el abuso de las drogas,
así que lo pasaron por alto. Creo que también tiene que ver con el hecho
de que los historiadores no saben mucho de las drogas, así que piensan
que no es importante; y con el hecho de que las drogas no están en el
foco de nuestro análisis de procesos históricos porque fueron los
propios nazis los que iniciaron una guerra contra las drogas y las
estigmatizaron. Y además creo que los historiadores tenían miedo de hablar de drogas y de Hitler porque quizás esto reduciría la responsabilidad de Hitler y preferían no entrar en eso", explica en una entrevista con RTVE.es Ohler.
El politoxicómano "paciente A" del doctor Morell
Ohler,
que confiesa que ha disfrutado mucho el proceso de escritura e
investigación de su primer libro de no ficción, pasó meses buceando en
el Archivo Federal de Alemania de Coblenza en documentos tan valiosos
como los abundantes legajos llenos de anotaciones minuciosas y casi indescifrables que el doctor Morell tomaba
día a día de su tratamiento del líder nazi -"el paciente A" en sus
registros-, desde 1936 a 1945. Unos documentos a los que el propio
Norman Ohler acabó 'enganchándose': "Llegué a esto porque un amigo dj de
Berlín me contó que los nazis tomaban muchas drogas, y le creí porque
él sabe mucho de historia y de drogas, son sus dos aficiones. Pero al
principio pensé que sería un tema para una película o una novela, pero
cuando fui a los archivos y me senté ahí por primera vez delante de las
notas de Morell, me convertí en un adicto a esa investigación", cuenta con una sonrisa cómplice.
En El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich discurren
en paralelo dos relatos: el del tratamiento médico de Hitler y cómo
este fue escalando en el uso de drogas hasta convertirse en ese
"superyonqui" y el del uso de drogas por el Ejército y cómo estas fueron
de ayuda en algunos momentos militares clave, o también cómo se usó
incluso como conejillos de indias para testarlas a presos de campos de
concentración.
Se trata en realidad de dos relatos íntimamente
ligados, lo que le permite a Ohler arrancar su libro con una contundente
afirmación: "El nacionalsocialismo fue, literalmente, tóxico" pues, incluso, la propia población civil alemana fue una asidua consumidora de metanfetamina en
el marco de un sistema, no lo olvidemos, que prohibió las drogas nada
más tomar el poder en 1933. Había que emular al Führer: "Se entrega en
cuerpo y alma, y disciplina tanto su cuerpo que no podemos quejarnos. No fuma ni bebe, come casi exclusivamente verdura fresca y no se acerca a ninguna mujer", decía de Hitler en 1930 un compañero de armas.
El pueblo "colocado", y el Ejército también
Así,
Ohler relata cómo en 1937, el director químico de los laboratorios
Temmler, Fritz Hauschild, tras oír hablar de los éxitos que en los
Juegos Olímpicos de Berlín había cosechado una sustancia llamada
bencedrina, una anfetamina dopante estadounidense legal en la época,
halló un nuevo procedimiento para sintetizar la metanfetamina: le puso de nombre comercial "Pevertin".
Había logrado sintetizar un estimulante con mucha más potencia que la
bencedrina que despabilaba, llenaba de energía, agudizaba los sentidos
al máximo, elevaba la autoestima y aceleraba los procesos mentales y
generaba euforia, según describe el autor. Por aquel entonces, no era
una prioridad investigar los efectos secundarios.
Su consumo se
propagó por todas las capas sociales e, incluso, se llegaba a vender en
forma de bombones. Ohler lo describe como "Nacionalsocialismo en
pastillas" que permitía "funcionar en la dictadura" a una población que
"cayó en un estado de dependencia cada vez mayor".
Un par de años después, para el comienzo del ataque de Alemania a la Unión Soviética, la Wehrmacht y el Ministerio de Armamento y Munición del Reich, dirigido por Herman Göring -un adicto a la morfina, por cierto-, declararon la pervitina como "de vital importancia militar".
La adicción de Hitler
Mientras
que sus tropas consumían metanfetamina, Moller, que se había convertido
en médico de cabecera de Hitler en 1936 tras aliviarle unos problemas
intestinales, empezó desde 1937 a administrarle varias inyecciones al día de complejos vitamínicos y glucosa para que no quedase limitada su capacidad operativa:
"Para poder mantener el brazo en alto el máximo tiempo posible durante
el "saludo alemán", Hitler combinaba gimnasia extensora y tentempiés de
glucosa y vitaminas", escribe Ohler.
Un paso más allá lo darían
ambos en agosto de 1941, con Hitler ya dirigiendo la Segunda Guerra
Mundial desde la Guarida del Lobo -donde permanecería prácticamente todo
el tiempo encerrado hasta 1944-. El líder nazi cayó enfermo por primera vez en años por un ataque de disentería.
Los aportes de glucosa y vitamínicos no habían servido esta vez, y
Morell le inyectó una mezcla de vitamultina -un preparado mixto creación
de Morell- y el esteroide Glyconorm, un preparado hormonal de
fabricación propia compuesto de vísceras de animales -Hitler dejaba de
ser vegetariano por vía intravenosa-, pero estaba tan nervioso que dobló
la aguja durante la punción. Para aliviar el dolor le dio doce gotas de
Dolantin, un opioide efectos similares a la morfina. Con todo y con
eso, el Führer tuvo que guardar un cama y se enfadó muchísimo por ello
-"Führer muy enfadado. Nunca lo había visto tan malhumorado conmigo",
escribió el doctor-.
Para que esto no volviera a ocurrir y que "el paciente A" no quedase relegado en cama, las inyecciones comenzaron a ser "decididamente profilácticas" y
empezó a suministrarle variadas sustancias, incluidas hormonas
extraídas de vísceras de animales. "Con el tiempo, más de 80 preparados
hormonales, esteroides, medicamentos y otros remedios enriquecían el
combinado terapéutico del Führer", señala el autor, que apunta
que Hitler era un "caso de politoxicomanía" aunque "no tuvo la impresión
en ningún momento de ser adicto a ninguna sustancia concreta". El
desenlace sería "fatal".
Opioides y cocaína para el 'Führer'
El
18 de julio de 1943, tras recibir muy malas noticias de la situación en
los distintos frentes, Hitler sufrió en mitad de la noche grandes
dolores que "requerían de un restablecimiento inmediato", ya que además
al día siguiente tenía una importante reunión con Mussolini. Como
parecía que el cóctel de vitaminas, hormonas y esteroides ya no
bastaba, Morell decidió inyectar a su jefe por primera vez Eukodal, el
narcótico opioide con un efecto analgésico que dobla al de la morfina
con un "considerable potencial euforizante de efecto inmediato"
claramente superior al de la heroína, su primo hermano farmacológico.
Hitler se sintió tan bien que pidió una segunda ronda antes de ir al
aeropuerto. En la reunión con Mussolini, Hitler, "artificialmente venido arriba", estuvo
tres horas sin parar persuadiendo al Duce de que no abandonase la
guerra, y lo consiguió. El doctor Morell anotaría en su diario: "El
Führer está bien. Tampoco ha sufrido molestias durante el vuelo de
vuelta. Por la noche, ya en Obersalzberg, ha declarado que el éxito de
la jornada se debe a mí".
A partir de ese momento, Hitler recibió periódicamente inyecciones de Eukodal,
un medicamento que los estadounidenses, cuando leyeron los documentos
de Morell en la investigación que abrieron al acabar la Segunda Guerra
Mundial, que no supieron descifrar y entendieron que se llamaba
"Enkadol", un fármaco que no existe, según Ohler, que achaca a esto que
lo pasaran por alto.
Aunque en los documentos de Morell solo
aparezcan contrastadas 24 administraciones de Eukodal hasta finales de
1944, el autor de El gran delirio sostiene que tuvieron que ser muchas más que el médico anotaría como "x" o "inyección como siempre" en
un intento de codificarlo para proteger tanto a su paciente como a sí
mismo de posibles ataques externos: "Intenté averiguar qué era la "x",
que le suministra muchas veces, pero no puedo demostrar que era el
Eukodal. Pero, si vemos lo que ocurrió el día del atentado en la Guarida del Lobo [20/07/1944], lo sufrió a las 12.42 y más adelante, a mitad del día, se reúne con Mussolini, y aparentemente
está totalmente bien, pero resulta que la bomba le había reventado los
dos tímpanos y tiene millones de astillas clavadas en el cuerpo.
Morell le había inyectado "x" a las 11.15 horas y, de nuevo por segunda
vez después del atentado antes de ir a recibir al Duce. La lesión de
los tímpanos requirió de la atención del doctor Erwin Giesing, que le
hace procedimientos muy dolorosos en el oído con ácido para cerrar el
agujero y Hitler ni se inmuta, lo que al médico le parece increíble. Es
altamente probable que esta "x" no fuese vitamina C, sino un analgésico
tremendamente fuerte, y el más fuerte que hay es el Eukodal, o la
morfina", responde el autor a RTVE.es en defensa de su tesis.
La llegada del doctor Giesing añadió una droga más al tratamiento de la herida de los tímpanos: cocaína. A Hitler se le administraron más de 50 dosis en 75 días.
Bajo los efectos añadidos de esta droga, Hitler ordenó la segunda
ofensiva de las Ardenas, que estaba claramente destinada al fracaso.
El síndrome de abstinencia de Hitler
El
2 de enero de 1945, con Hitler ya en el búnker de la Cancillería
General del Reich en Berlín, es la última vez que se le suministra
Eukodal, lo que Ohler achaca a la escasez de la sustancia que se estaba
produciendo con los Aliados bombardeando los enclaves farmacéuticos
alemanes. Esta etapa coincidiría con un grave deterioro físico y un mal
estado de salud del Führer que el escritor imputa al síndrome de abstinencia.
"Podemos
observar que Hitler toma muchas drogas hasta la Nochevieja y luego deja
de tomarlas. Tras eso están estas imágenes de él temblando y con gran
deterioro físico. Está muy claro que es el síndrome de abstinencia. Morell también escribió que el Führer se
sentía muy mal y hasta su gente más cercana lo decía. Van a las
farmacias a intentar encontrar algo que le ayude pero solo encuentran
unas tabletas de las que nunca jamás nadie ha probado… pero le quieren
dar algo, lo que fuera para que Hitler siguiera funcionando. Pero se le
van cayendo los dientes y realmente entra en crisis. Es una combinación
de distintos factores, porque también está perdiendo la guerra, no sale
del búnker, así que en cierto modo se vuelve loco. Tuvo que ser bastante
horrible para todos la vivencia en ese búnker, todos sabían que iban a
morir", señala el autor.
Uno de los objetivos de Norman Ohler con su libro era acabar con ciertas
mitificaciones: "Cuando con 10 años le pregunté a mi abuelo sobre la
época nazi, siempre la retrataba como un sistema limpio y ordenado. Así
que he deconstruido algunos de los mitos que siguen pululando sobre el
nazismo y sobre Hitler como el gran abstinente, así que ha sido un
trabajo muy liberador", concluye Ohler, que, a la vez, confía en que
este libro se convierta en un referente en escuelas y universidades y
sirva para que la gente joven "tenga perspectiva sobre lo que pasaba en
aquel momento".
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